domingo, 31 de marzo de 2013

!Argentinos a las cosas! El mensaje de Francisco

Publicado en la edición impresa del Diario Uno del 31 Mar 13.
 
Por Emilio L. MAGNAGHI (*)
 

José Ortega y Gasset, en 1939, en una conferencia en la Universidad de La Plata, nos decía: “¡Argentinos a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismo. No presumen ustedes el brinco magnífico que daría este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente a abrirse el pecho a las cosas…”.

La elección de Francisco al frente de la Iglesia Católica tiene mucho que ver con la esperanza y el resurgimiento de valores. Está ejerciendo el poder de una manera distinta, desde la humildad, el respeto, la dignidad y la honradez. El Papa ha empezado a usar al Vaticano más como una enorme vidriera desde donde se puede mostrar, que como una tribuna para hablar. Él sabe, como nadie, que el lenguaje de los gestos es más poderoso que la palabra. Como sacerdote jesuita ha aprendido la importancia del mensaje gestual; sabe que hay un gesto que tiene más de dos mil años de vigencia.

Cuando Francisco pide que recemos por él –aunque siempre lo hiciera- es porque sabe que va a tener graves problemas y porque está dispuesto a enfrentar intereses dentro y fuera del propio Estado Vaticano. Tal vez, su lucha contra la corrupción económica y moral dentro de la propia Iglesia sean los combates más arduos, pero seguramente no serán los únicos.

El Vaticano es un Estado independiente y por lo tanto sujeto del derecho internacional. Mantiene relaciones diplomáticas con la mayoría de los países del mundo y si bien el Papa delega las funciones de gobierno en el secretario de Estado y en diversos órganos vicarios que administran los distintos departamentos del Estado, es el responsable -por ser su líder político y espiritual-, de todo lo malo y lo bueno que pase en el mismo.

“La lucha contra la pobreza, tanto material como espiritual; edificar la paz y construir puentes. Son como los puntos de referencia de un camino al cual quisiera invitar a participar a cada uno de los Países que representáis…”, les ha dicho el Papa a los representantes de 180 países acreditados ante la Santa Sede. El Papa es uno de los más influyentes líderes del orbe. Comparte el centro de la escena del poder mundial con los más importantes mandatarios del mundo.

Las acusaciones sobre actos de pedofilia y otras perversiones son ciertas y afectan profundamente la credibilidad del mensaje pastoral de la Iglesia. Si bien Benedicto XVI fue el primero en reconocer que hubo casos de abuso e incluso se reunió con las víctimas, el Papa Francisco deberá enfrentar el problema con mayor energía.

Su papado tendrá que vérselas con las acusaciones que pesan contra importantes prelados, lobbistas e, incluso, políticos italianos sobre corrupción, blanqueo de dinero y cuentas corrientes con dinero de la mafia, en el Instituto para la Obra Religiosa (IOR), conocido como el Banco Vaticano. Ratzinger había iniciado, sin mucho éxito, en 2009, acciones para limpiar las finanzas vaticanas, pero la causa sigue pendiente en la justicia romana.

¿Está realmente en peligro el Papa? No lo sabemos a ciencia cierta, pero su embestida contra esos intereses puede despertar enojos, resquemores y hasta odios impensados.

 

En la región más que en el mundo

Cuando el mundo miraba a algunos de los países de la región, especialmente a Brasil, como emergentes económicos importantes, ahora empieza a mirarlos desde la política y hasta desde lo humano y espiritual. En medio de esta renovación que significa la asunción de Francisco, observamos que el mundo ha vuelto la mirada en primer término hacia las Américas; este hecho le ha dado un protagonismo impensado (inesperado) a la Región.

La América del Sur y dentro de ella el Brasil -dado su indiscutible liderazgo económico-, seguro que sabrán aprovechar esta oportunidad. La próxima visita del Papa Francisco a ese País promete convertirse en un hecho de gran interés, dado que será la primera salida de Francisco de Roma. La presidente Dilma Rousseff ha advertido desde el primer momento la importancia de contar con un Sumo Pontífice que conoce la realidad sudamericana como ningún otro y se ha subido desde el primer minuto al tren de optimismo que se ha puesto en marcha. El entusiasmo de la presidente del Brasil fue espontáneo desde el principio y lo expresó sin pudores y al estilo brasileño: El Papa es argentino –dijo-, pero Dios es brasileiro (SIC).

¿Qué dirá el papa durante el encuentro con la juventud en Río de Janeiro, qué les dirá a los jóvenes del mundo en general y a los de América en particular? ¿Qué mensajes gestuales les enviará a los líderes mundiales? No importa demasiado, todo el mundo sabe que el Papa volverá a sorprender y a conmover. Lo realmente importante es que lo hará desde el Brasil, desde América del Sur.

 

Abrirse el pecho a las cosas

A la Argentina, Jorge Mario Bergoglio le ofreció más que una vidriera, le puso a disposición un magnífico salón de exposiciones. La comitiva oficial argentina en primera fila y en un lugar preferencial. Recibió en audiencia especial, exclusiva y en primer término, a la mandataria de su país de origen. Aquella que, por otra parte, le había negado a él catorce solicitudes. Son gestos que demuestran que al Santo Padre le interesa la Argentina.

Su Santidad no ha necesitado hablar para enseñar respeto y humildad y poner las cosas en su lugar. El haber mandado a llamar para saludar al jefe del gobierno porteño, que lógicamente debió ser parte de la comitiva oficial, por ser el alcalde de la ciudad de dónde proviene, fue un acto de docencia política.

Mientras una parte de los medios de comunicación en la Argentina denostaban al cardenal Bergoglio, la emoción del presidente de Ecuador, Rafael Correa, cuando saludaba al nuevo Papa acompañado por su madre, pareciera que le estaba diciendo al gobierno argentino que, en esta ocasión, no contara con él.

Estos hechos y la dificultad que tiene el Gobierno Nacional para separar la mezquina política electoral, de la verdadera política de Estado, están haciendo pensar que la Argentina no será capaz, una vez más, de aprovechar una oportunidad única.

Fue la propia presidenta de la Argentina la que inhabilitó a Francisco para mediar en el conflicto por las Malvinas, al declarar que le había solicitado esa mediación durante el almuerzo a solas que compartieron -no nos olvidemos que el Papa es argentino-. Si así fue, en realidad debió callarlo, dejando al Santo Padre la libertad de elegir los medios, la forma y, sobre todo, los tiempos para hacerlo.

El cortísimo plazo de las próximas elecciones es siempre un problema en nuestro País. Hemos visto y oído mensajes oportunistas y actitudes indisimulables; algunos se han alegrado creyendo que Francisco será proclive a su pensamiento político, otros se entristecieron pensando que será contrario al suyo y algunos, que no se detienen ante nada, han estado buscando desde el primer minuto la forma de dañar la imagen de Jorge Mario Bergoglio.

Por qué no pensar que, en realidad, no somos nosotros tan especiales ni tan importantes como creemos y que, en verdad, no somos protagonistas como nos gusta imaginar, sino apenas meros espectadores de esta trama que impresiona al mundo con sorpresa y con ternura y que tal vez pueda cambiar el rumbo de la historia.

Ser espectadores no es poca cosa. Y ser espectadores tan privilegiados, porque somos argentinos como el Santo Padre -que lo conocemos desde hace mucho, desde nuestra proximidad de vecinos y compatriotas-, es ya lo suficientemente importante como para sentirnos orgullosos; por supuesto, no de ese orgullo grandilocuente, egoísta y casi futbolero que a veces los argentinos tenemos, sino de un orgullo profundo más modesto, más moral y, en definitiva, más humano.

Ir a las cosas en estas circunstancias significará responder a la humillación con dignidad y humildad –como lo ha hecho Francisco-, que cada uno de nosotros empiece a ponerle límites al poder discrecional de los que ejercen la política, enfermos de soberbia e irracionalidad; significará hacer y cumplir nuestros deberes y obligaciones en las actividades que cada uno tiene, porque somos parte de esta sociedad.

Tal vez Ortega y Gasset había observado que a los argentinos, ya en aquella época, nos sobraba inteligencia y capacidad, tan útiles para crear, innovar e improvisar, pero que nos faltaba coraje y humildad, tan necesarias para ir resueltamente a las cosas.

(*) Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional “Santa Romana”.

 

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